Un amigo me dijo: “Lee 'Els meus dies feliços al manicomi'; no vas a salir indemne”. Otro, advertido de la voluntad de hablar de Goran Simić en esta sección, me recordó que Simić estaba muerto. Se refería, claro, a Charles Simić, el famoso poeta serbio fallecido en enero, que había recibido el premio Pulitzer y que fue laureado por la Biblioteca del Congreso. Que yo sepa, no eran parientes. Les unía, eso sí, el exilio en América del Norte (Charles, en los años 50 del siglo XX; Goran, a finales del mismo siglo), el aprendizaje de una nueva lengua de creación, la poesía y el hecho que ambos son serbios o, mejor, esa cosa tan extraña de ser que es ser yugoslavo. Es, al menos, la reivindicación de Goran (“soy un yugonostálgico”), que, desde que se marchó de Sarajevo, en 1996, lleva encima una bandera de la antigua federación balcánica: “La he colgado en todos los sitios donde he estado, desde Toronto y Edmonton a Florida”. Afirma que es un escritor ambulante, al que Dios ofreció el talento, pero le robó la tierra.
Limón & Vinagre Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Goran Simić: vagar en la oscuridad
Desde que se marchó de Sarajevo, afirma que es un escritor ambulante, al que Dios ofreció el talento, pero le robó la tierra
Goran Simić /
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