La primera vez fueron siete minutos. Pensé que había tenido mala suerte. Debía ser hora punta de consultas y reclamaciones. No pasa nada. Segundo intento, tercero, cuarto, quinto... Empieza a asomar el mosqueo. Música de fondo, una grabación que repite: “Nuestras líneas están ocupadas”; varias peticiones con el número de DNI del usuario; número facilitado, pero conexiones que se interrumpen; más música, otra grabación: “Si desea ser atendido en castellano pulse 1; en catalán, pulse 2”… Cuando a media mañana las llamadas -sin respuesta- ya rebasaban los 20 minutos de promedio, hubiera aplaudido con las orejas una respuesta en suajili. Todo fuera por escuchar la voz en directo de un ser humano. En esos atribulados momentos, cuando no sabes si rezar, blasfemar, emprenderla a golpes con el teléfono o ponerte a gritar como un poseso, recordé el chiste de Eugenio: “Señor, dame paciencia, ¡pero ya!”.
Teleoperadora
Vuelva usted mañana
Vivimos en una burbuja tecnológica que nos invita a sentirnos como amos del universo, pero a veces nos tratan como al último mono
Una joven habla por teléfono.
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