Es muy difícil explicar por qué cuando te roban el bolso de un tirón no gritas. Pero es cierto que la voz puede quedarse atascada en la garganta, incapaz de articular un chillido de auxilio. También cuesta describir la sensación de frustración, rabia y vergüenza que te sacude cuando te engañan, o lo intentan, lo consigan o no. A veces es un SMS que parece de Correos con un enlace que busca robarte los datos. Otras, falsos revisores del gas o de la luz. O saludos cordiales por la calle de desconocidos que solo buscan robarte la pulsera. También aparentes turistas despistados que te piden indicaciones por la calle mientras meten mano en tu bolsillo. Cada día, en todas partes y en especial con una diana, la gente mayor, la más vulnerable.
Auge de las estafas
Hemos sido engañados
Las víctimas de los timos se convierten en rehenes del miedo y la desconfianza y no hay justicia que compense eso
Ilustración. /
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