Gárgolas Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Una de rugby

El rugby es una colosal metáfora, una guerra sin cuartel en la que los combatientes piden perdón si han hecho un placaje irregular

Moroni placa a Rees-Zammit cuando iba a ensayar en el mundial de rugby. / UAR

Estamos viviendo la parte decisiva del Mundial de Rugby de Francia. No parece que aquí haya una gran expectación y conozco a poca gente que haya programado las vacaciones para ir a ver un partido a Marsella, Lille, Toulouse o París. Pero, aun así, hay grupos de amigos que organizan cada año una excursión para contemplar en directo uno de los encuentros del Seis Naciones y ahora, tan cerca, también han montado una visita más allá de los Pirineos. Y también están los que quedan en casa de alguno para seguir las últimas confrontaciones del campeonato. El rugby, aquí, más allá de estos locos seguidores, de ese reducto casi religioso y de carácter ritual, no tiene demasiado predicamento. Es un asunto de acólitos que jugaron de jovencitos o que quizá veían en casa, de pequeños, los partidos de lo que entonces se llamaba Cinco Naciones (Italia aún no estaba en la élite) por TVE1. Todos los conocidos con los que hablo y con los que comento el Mundial tenían la misma selección favorita, Irlanda, tanto por motivos sentimentales como porque es el equipo que mejor juega desde hace unas temporadas. No hemos tenido suerte. En un choque bellísimo (disputado, ardoroso, vibrante) acabaron perdiendo con los All Blacks, los que siempre y a todas horas van de negro, de pies a cabeza. El mítico combinado de Nueva Zelanda, que no vive su mejor momento (fueron aniquilados este verano por la República Sudafricana en una previa del Mundial con un marcador humillante e histórico, 35 a 7) logró vencer y destruir el sueño de Eire. Sin embargo, los irlandeses tuvieron opciones hasta el final.

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