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No es solo el porno

No debemos perder de vista qué ansiedades e inseguridades se ocultan bajo lo que nos alarma

El porno normaliza prácticas de riesgo entre menores como la violencia o el compartir fotos íntimas

Del caso Waka a las relaciones tóxicas y el porno: el teatro pulsa los problemas de la sexualidad adolescente

El consumo de pornografía entre los menores abre lapuerta al ‘sexting’, advierten los expertos. / VICENT MARÍ

La emisión de los cuatro capítulos del documental Generació porno, y la investigación policial sobre un grupo de Whatsapp con contenidos sexuales extremos entre niños, han servido para realimentar en los últimos días un debate justificadamente recurrente. El del impacto del acceso a menores de edad de contenidos pornográficos sin impedimentos, ni formación e información para filtrarlos, la posibilidad o conveniencia de regular este acceso y la indiscutible necesidad, por incómodo que pueda resultar, de abordar estos contenidos tanto en la escuela como en las familias.

Que las imágenes y prácticas a las que se exponen personalidades aún en formación y sin los contrapesos necesarios contribuyen a normalizar o banalizar una visión del sexo ajena a cualquier relación afectiva, con componentes violentos y con la mujer como objeto siempre complaciente y a menudo vejada resulta difícilmente discutible. Si esta normalización se queda en la fabulación íntima (o, y eso es un primer síntoma, como algo compartido sin reparo alguno) o si acaba materializándose en forma de maltrato, relaciones abusivas o agresiones sexuales puede ser perfectamente objeto de un debate legítimo. Aunque pocos expertos consideran que sea casual, por ejemplo, la correlación entre ciertas prácticas habituales en el sexo online con la comisión de actos como violaciones grupales.

En este cuadro, la violencia sexual como probable derivada no es el único fenómeno preocupante. Y el acceso a la pornografía tampoco debería ser contemplado como la única causa, ni vincularla únicamente a las posibilidades de acceso que ofrecen los dispositivos móviles. Hoy ofrecemos otra faceta, desde el punto de vista de los centros que atienden adolescentes entre cuyos trastornos de conducta figura, de forma habitualmente no aislada, la «hipersexualidad». 

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Este es un concepto debatido, que a veces se ha utilizado para estigmatizar desde un enfoque moral determinado opciones individuales, o incluso la explotación y la explosión del deseo sexual propios de la adolescencia. La OMShabla (y así lo hace en la última versión de su manual de 2019) de «trastorno de comportamiento sexual compulsivo», lo que en términos coloquiales podríamos definir como adicción al sexo. Ylo define como «un patrón persistente de falta de control», que convierten la actividad sexual en el foco central de la vida hasta descuidar la salud u otros intereses, que provoca angustia o deterioro personal. Una pérdida de control de uno mismo que (como otras tantas conductas que anulan la autonomía personal, como la dependencia a sustancias o al juego o los trastornos alimentarios) pueden destruir la personalidad, hacerla vulnerable a las relaciones abusivas o tóxicas o conducir a prácticas de riesgo. Los terapeutas que tratan a los adolescentes de los que y con los que hablamos hoy recuerdan que todos estos elementos son consecuencias (o factores que agravan, o válvulas de escape) de un malestar más profundo alimentado por la desorientación, por la soledad, por una falta de referentes que lleva a dejarse arrastrar por la imitación, por la falta de comunicación, por la falta de modelos familiares (o por el hecho de que estos sean abiertamente negativos). Esta bien que hablemos de nuestros jóvenes:pero intentando no perder de vista qué ansiedades, inseguridades y vértigos se ocultan bajo los síntomas que nos sirven de alarma.  

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