No hace falta lucir en TikTok hectáreas de tatuaje para dar lecciones de buenos sentimientos. Pero las redes lo multiplican todo y por eso la historia del chaval de 16 años pluriempleado para ayudar a su familia, y que recomienda a otros de su edad no hacerse el longuis, acumula millones de visualizaciones. Se lo merece porque desmonta dos mantras: que los jóvenes sean unos descerebrados que solo aspiran a convertirse en YouTubers millonarios; y que todo quisqui vaya a su bola, sin importarle un carajo lo que pueda ocurrirles a los demás. Pues no. O no siempre. De hecho, estos días he podido conocer otra historia que también lo desmiente: la de un pianista de Granollers que se ha empeñado en salvar a un condenado a muerte en Ohio. Casi 7.000 kilómetros les separan, pero les unen la música y la justicia. O la sensación de injusticia, en este caso.
Humanidad Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Vidas ejemplares
La empatía, esa que desaparece cuando deshumanizamos a los demás, no tiene límites ni fronteras
'Freedom first': un disco grabado por un condenado a muerte en Estados Unidos
El pianista Albert Marqués /
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