De repente, les sueltan. Los niños salen al patio del colegio sin otro límite para gritar que su propia capacidad pulmonar. Los maestros, al fondo, mudos, ajenos e impertérritos. Se supone en estas latitudes, que el griterío es la expresión de la alegría y la vitalidad infantil. Unos metros más allá, el tráfico no ceja: el ruido del tubo de escape modificado excita al motorista. Los frenazos del deportivo le ponen al conductor. El autobús, ensimismado en su ruta, frena, para y arranca sin atender a decibelios. Soltamos tensión a golpe de claxon, y la retroalimentamos también.
Contexto Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Un campeonato de silencio
Uno se pregunta por qué, en toda Europa, y solo que lleguemos a Perpinyà, ni niños ni adultos gritan en piscinas o cafeterías, y parecen divertirse mucho
Niños en el patio de una escuela
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