Al volver de estas vacaciones, en eso que aquí llaman "la rentrée", que es cosa seria y siempre onerosa para el alma, me han entrado a robar en casa y ya no está René. Los cacos, que Dios confunda, me dejaron –algo es algo– una pluma para que siga escribiendo en este periódico, pero se llevaron todas las demás. René era, hasta ahora, el clochard de mi barrio. Dormía en el umbral de una tienda de antigüedades, en la esquina de la calle perpendicular a la mía. Al principio nos saludábamos cuando yo iba a por mi coche, por las mañanas. Al cabo de dos días me tuteaba –en Francia todavía hay matrimonios que se tratan de "Usted"– y me rebautizó como "jeune homme" ("joven", en sustantivo), pues nunca llegó a quedarse con mi nombre. A los franceses les cuesta pronunciar la 'j' española.
Le Fumoir Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
René
En este país donde la libertad y la violencia están preservadas por las formas, a las personas que duermen en la calle no se les niega el "Bonjour, monsieur", quizá para darle una pátina de dignidad a lo socialmente indigno
Sintecho en un portal de la Rambla de Barcelona /
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