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Editorial

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Incendios forestales, un riesgo creciente

Los grandes fuegos en la cuenca mediterránea son otro recordatorio de los efectos del cambio climático

Los incendios forestales se han desatado en Grecia / Agencias

El mapa de los lugares afectados estos días por los incendios en la cuenca mediterránea es suficiente por sí solo para exponer la situación a la que nos enfrentamos en una de las zonas del planeta más afectadas por la sequía y las altas temperaturas. Unas olas de calor más tempranas y largas de lo habitual han propiciado las actuales condiciones que incrementan el riesgo de incendios forestales, algo de lo que hace ya tiempo que los científicos advierten. El cambio climático comporta que cada vez se den con más frecuencia los fenómenos meteorológicos extremos, desde inundaciones hasta la subida de los termómetros por encima de los valores normales para la época del año. En la frecuencia está la clave: mientras los escépticos replican que desde siempre se han producido este tipo de fenómenos de efectos devastadores, el hecho de que cada vez su número sea mayor hacen difícil negar la dimensión del problema.

En el caso que nos ocupa, la vasta extensión de territorios del sur de Europa y norte de África que están luchando contra el fuego (especialmente grave en Grecia, Argelia –el más mortífero– e Italia, pero también en Portugal, Túnez y Francia) lleva a vincularlos con el cambio climático. Incluso aunque muchos de los fuegos que se han declarado esta semana sean, como parece ser, intencionados, no hubieran tenido la magnitud ni virulencia que están teniendo de no ser por la poca humedad del terreno y por unas temperaturas inusitadamente altas, factores a los que se añade el viento que dificulta el control.

El calentamiento global trae una situación en la que se sucederán más episodios de grandes incendios forestales como los que estamos viviendo, una nueva realidad a la que habrá que adaptarse. Y esto significa actuar no solo cuando se declara el incendio, enviando todos los recursos humanos y materiales para su extinción, sino antes. Una acción preventiva contra el fuego suele ser siempre más eficaz y menos costosa, aunque sea menos vistosa. Eso incluye la gestión forestal, para no concentrar masas de vegetación densa que son un combustible perfecto, medidas para evitar el abandono rural, e intensificar las campañas de concienciación ciudadana y de control para evitar imprudencias en el bosque. Se trata de medidas políticas que se deben implantar a nivel local, para reducir el impacto de un fenómeno global. Los incendios forestales no se pueden evitar al cien por cien, pero sí se puede rebajar su riesgo y su intensidad.

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Otra línea de actuación consiste en ir directamente a la raíz del problema: frenar el cambio climático. Por notorios que sean sus negativos efectos, aún hay numerosas reticencias a emprender los cambios necesarios. La transición ecológica implica esfuerzos económicos y sociales impopulares, difícil de asumir por los gobiernos y por muchos ciudadanos. Se valora más el precio a corto plazo que los beneficios a largo, aunque cada vez los perjuicios de no actuar sean más próximos. Las decenas de víctimas mortales, miles de hectáreas quemadas, casas destrozadas y turistas desplazados estos días recuerdan que los costes humanos, medioambientales y económicos pueden ser inmensos. Ningún discurso negacionista es capaz de rebatir esta evidencia. 

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