Arenas movedizas

El tiempo de Ibáñez

El historietista era un hombre de su época, que no se parece en nada a la actual. Las inocentes y divertidas aventuras de sus personajes correrían hoy el riesgo de ser diana de los ofendidos

Imagen de archivo de Francisco Ibáñez. / Marta Pérez

Francisco Ibáñez era un hombre de su tiempo, del suyo propio y el de los millones de lectores que durante varias décadas acudían puntuales a su cita con esos personajes con los que tantos españoles crecimos. Pese a ser eterno mucho antes de su muerte, no puede decirse que el genial historietista, fallecido días atrás, fuera en puridad un autor de esta era, la actual, ni de esta época ni de la perteneciente a las generaciones de niños y jóvenes que no han crecido con él porque han construido su infancia y su pubertad con entretenimientos bien distintos a las andanzas de Mortadelo. Eso no le quita un gramo de su grandeza ni de su genio, pero es una evidencia que los teléfonos móviles, las consolas y las plataformas de ‘streaming’ suplantaron al tebeo y a muchas otras cosas más entre las preferencias del nuevo público, del mismo modo que el cedé acabó con las cintas de casete, Internet jubiló al fax o las nuevas plataformas audiovisuales amenazan el reinado de la televisión. Son los tiempos. Ni mejores ni peores, solo distintos, nuevos.