Hasta que el 'procés' cambiase las reglas, el nacionalismo catalán siempre se había comportado, ante unas elecciones estatales, con una doble esperanza: que ganase el partido español menos adverso (la política del mal menor) y que quedasen puertas abiertas, gobernara quien gobernara, para obtener lo mejor para Catalunya y los suyos (la política del ‘pájaro en mano’). Jordi Pujol fue el artífice por excelencia de esta estrategia, que practicó con Felipe González y con José María Aznar y que le permitió seguir al frente de la Generalitat durante más de 20 años. Con el 'procés', el pragmatismo se vino abajo. Quedó sustituido por la confrontación, que unos pretendían más inteligente que otros, pero que dejó al nacionalismo catalán sin influencia en el Congreso de los Diputados. Carles Puigdemont encarnó como nadie una mutación que terminó con una derrota en todos los frentes y con una división del independentismo en seis o siete corrientes que van desde el radicalismo sin límites de Clara Ponsatí hasta el intento de injertarle savia xenófoba para darle un nuevo brío, un experimento con el que Sílvia Orriols ha llegado a la alcaldía de Ripoll.
Elecciones 23J Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Las trincheras enlodadas de Puigdemont
Gastada la pólvora judicial, ser decisivo tras el 23J era la única opción que le quedaba para mantener un protagonismo que el paso del tiempo le va quitando. Pero esta opción, para la que hacía falta que diera una conjunción astral poco probable, es hoy inverosímil.
expresidente generalitat carles puigdemont mitin central junts a Amer /
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