Creo que podría llegar a enamorarme de un fantasma. A ver, siempre y cuando se entienda el término en la segunda acepción del diccionario («visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación») y nunca en la quinta («persona envanecida y presuntuosa»). Un fantasma, sí. Un espíritu que hubiese remontado el río de las sombras. Como en la película de Mankiewicz, donde la señora Muir flirtea con el capitán Daniel Gregg, que está muerto, muertísimo («¡Lo que nos hemos perdido, Lucy, lo que nos hemos perdido!»).
La espiral de la libreta
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Inteligencia artificial de última generación, bajo la forma de humanoide.
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