El perro levanta la cabeza y observa a la señora de la casa. “¿Tú también, Judas?”, acaba de proferir la mujer. Por el tono lastimero del interrogante, el animal entiende que no va con él. Tampoco esos bufidos ni ese revolverse en la silla ni ese diario arrojado sobre la falda. La mujer suspira, niega con la cabeza y cierra los ojos. El perro se le acerca y posa la cabeza sobre su regazo. Recibe una caricia distraída, y él responde con un lametón agradecido. Quizá no sea tan grave.
Agua corriente
¿Tú también, Judas?
Irane montero posa en las escalinatas del Congreso tras ser aprobada la ley trans.
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