Un día, paseando por Vallauris, Pablo Picasso se tropezó con el manillar de una bicicleta y supo de inmediato que aquel trozo de hierro sería la cornamenta de un cráneo de cabra. Días después, dándole vueltas a la escultura, convirtió una papelera de mimbre rota en el costillar del animal. Su mirada hacía el viaje inverso de la metáfora. Un genio. El artista total. El reinventor del arte. El chamán laico, lo llamaron. A buen seguro que resultaba extremadamente enriquecedor estar cerca de él en sus epifanías, pero al mismo tiempo la convivencia debía de ser un infierno, entregarse al altar sacrificial.
La espiral de la libreta Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Sobrevivir al minotauro Picasso
En la muerte de la pintora Françoise Gilot, compañera del genio durante una década
Françoise Gilot y Pablo Picasso, en 1948. /
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