En el colegio ‘boomer’ donde me escolarizaron, una escuela birria de barrio, sin patio siquiera para que la chiquillada se desfogara, teníamos una asignatura llamada Lectura, así, tal cual. En realidad, era una maría, una hora de relleno entre clases, para no incordiar en casa antes de hora ni malearnos demasiado en la calle. La daba un profesor muy veterano —traje gris impecable, pajarita, santísima paciencia— mediante un libro con fragmentos breves de aquí y de allá, el ‘Quijote’, Baroja, fábulas de Samaniego, ‘Platero y yo’: «Se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro». Unas veces, el profe pedía a un alumno de forma aleatoria que leyera en voz alta; otras, que resumiéramos por escrito lo leído cada uno por su cuenta. Un cole mediocre, pero mira. En general, creo, mi generación aprendió a leer.
La espiral de la libreta Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Platero es pequeño, peludo, suave
El declive de la comprensión lectora entre el alumnado catalán
Joven leyendo /
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