En la vida de los que nacimos para amar el fútbol como parte de la belleza del deporte, es decir, lo que se juega por jugar y no tan solo para competir, es necesaria la presencia de jugadores como Andrés Iniesta. Desde muchacho él pareció haber nacido para jugar, y no tan solo para competir. Su juego, además, como se decía antes, era de asociación, siempre lo fue. La pelota le quemaba en los pies, y en seguida que podía se la pasaba a otro (a Xavi, por ejemplo, o a Puyol) para que fueran sus compañeros quienes remataran la faena. En momentos gloriosos de su carrera él mismo se encargaba del disparo final (como cuando ganó él solo un partido en Sudáfrica), pero él no era un chupón, o un chupóptero, como decía de otros (no de sí mismo, que podría) José María García.
Golpe franco
Artículo de Juan Cruz: Las lágrimas del señor Iniesta
Andrés Iniesta, en el anuncio de su despedida en Kobe. /
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