El desliz Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Un voto pedestre

Ya no existe la hora punta, todas las horas son horas de máxima afluencia, incluso para quienes hemos reducido el uso del coche a la mínima expresión

Un ciclista cruza un paso de peatones de manera correcta. / DGT

Hace un par de domingos me levanté temprano y me fui a nadar. Me sentí una heroína, vencedora contra las fuerzas que hacen que las sábanas se enreden en las piernas y contra la voz interior que te dice: «Total, por un día que no...». El subidón de autoestima me duró hasta que me topé con el atasco en la autovía. Hemos llegado a ese punto. La carretera colapsada, todos parados y las luces de emergencia encendidas un domingo a las ocho y poco de la mañana en temporada baja. Por suerte, no todo el mundo iba a la piscina municipal. La famosa ciudad de los 15 minutos de la que muchos hablan, pero en la que pocos consiguen vivir, contaría con una instalación deportiva pública en el barrio, o un acceso fácil a la más cercana, pero no es el caso. Mientras la quimera del urbanismo posmoderno se hace realidad nos estamos acostumbrando a vivir en una congestión circulatoria permanente. Ya no existe la hora punta, todas las horas son horas de máxima afluencia, incluso para quienes hemos reducido el uso del coche a la mínima expresión. Es curioso que seamos capaces de perder tiempo en los embotellamientos, pero no lo invertimos en usar el transporte público; de malgastar dinero en aparcamientos que nunca serán suficientes antes que mejorar los trenes y autobuses. Urbes de un tamaño perfecto para desplazamientos a pie o en colectivo están atenazadas por el ruido, la contaminación y la presencia dominante de los vehículos particulares.