Como aquel titular sobre Lola Flores que el 'New York Times' jamás publicó («Ni canta ni baila pero no se la pierdan»), Belén Esteban (Madrid, 49 años) representa como nadie en este país el triunfo de lo inexplicable y el ejemplo de cómo la intrascendencia puede salir victoriosa frente a una derrotada mayoría que considera un oprobio la vulgaridad y la irrelevancia frente a lo intelectualmente aceptable. Y en efecto, Belén Esteban, bautizada como ‘princesa del pueblo’ por los mismos medios que llevan denostándola desde hace casi 30 años, ni canta ni baila, no se le conoce otro oficio que el de aparecer en platós a perorar sobre la banalidad (su vida, la de otros, la de sus exparejas, la de las parejas de sus exparejas, la de quienes tratan de ser como ella, etcétera), de lo que deducimos que es su profesión y por lo cual tributa; y, sin embargo, es tal la capacidad de seducción del personaje, el porcentaje de cuota de pantalla que por sí sola garantiza para cualquier emisión, que no es posible abstraerse al magnetismo de alguien que sin aportar nada realmente valioso a la comunidad, contribuye como pocos a satisfacer las horas de ocio de una amplísima parte de la población, de la que, en muchos casos, es una referencia (chica humilde se casa con torero famoso y le sobrevive).
Limón & vinagre Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Belén Esteban, falsa princesa busca castillo
La popular colaboradora del modelo de televisión más denostado constituye un caso único que ha mantenido la intrascendencia como elemento constante de la actualidad durante casi 30 años
Belén Esteban.
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