El resultado de la primera vuelta de la elección presidencial en Turquía, celebrada el pasado domingo, permite llegar sin gran esfuerzo a una conclusión tan simple como inesperada: Recep Tayyip Erdogan sigue siendo el político más popular del país a pesar de la desastrosa situación de la economía y de las secuelas del terremoto que en febrero causó 50.000 muertes. Ni los sondeos efectuados durante la campaña ni el olfato de los analistas percibieron esa conexión del presidente con un electorado fiel, dispuesto a seguirle allí donde vaya, sin que importe demasiado la naturaleza autocrática del poder acumulado por Erdogan. Pesa mucho en esa actitud el apego a la tradición y el desapego al Estado laico, a la herencia del reformismo occidentalizante promovido con agresividad manifiesta por Mustafá Kemal Atatürk hace un siglo.
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Erdogan, al galope con la tradición
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y su esposa, Emine Erdogan, rodeados por la multitud cuando salen del colegio electoral después de votar en las elecciones presidenciales y parlamentarias, en Estambul, Turquía. /
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