Me acuerdo, claro que me acuerdo. De los días de lluvia, de cuando se formaban riachuelos que descendían por las cuestas. Del fango rojo, de cómo se embarraban los zapatos hasta parecer pezuñas de caballo mal herrado. Me acuerdo de la lechería con vacas, de jugar con los niños en el descampado, del crujido de las pipas, del cartelito con el yugo y las flechas en los portales, Obra Sindical del Hogar. Me acuerdo de la trapería detrás del mercado. De las barracas en la plaza y de la estafa inmobiliaria. Del día en que a mi amiga se le coló una pierna por la reja del desaguadero y hubo que llevarla corriendo a que le pusieran el tétanos. De las torres de alta tensión, de la planta asfáltica, de la caseta de madera con golosinas en la Via Júlia. Me acuerdo de nueve barrios, entonces amalgamados en un paisaje difuso y sin asfaltar, coronado por el castillo de Torre Baró, por la torre ciega que nos observaba desde lo alto. Subíamos a merendar el miércoles de ceniza. A pie.
La espiral de la libreta Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
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