Alrededor del 15-M, vimos surgir una nueva clase política. Hablaban diferente, hacían propuestas diferentes, inusultaban diferente. Una década después, aquella clase política ha ocupado alcaldías, ministerios y vicepresidencias. Surgieron por el agotamiento de lo que ellos llaman el régimen del 78 y por la incapacidad de los sucesores de los autores de la transición de promover nuevas reformas más allá de las que impulsó la Constitución. La olla tapada de lo intocable acumuló suficiente presión para impulsarlos al poder. Una década después, han malgastado buena parte de su energía porque han menospreciado el pasado y son incapaces de superar los personalismos. Recuerdan los tiempos de Bakunin, Lenin y Trotsky. Están presos del adanismo y del narcisismo. La configuración de Sumar y sus batallas con Podemos o la falta de un relevo a la vista de Ada Colau el día que no sea alcaldesa evidencia que, tras pasar por el poder, se actúa como si ese tiempo no hubiera existido y se reproducen las batallas adolescentes de los tiempos de la Juventud Comunista mientras Jordi Borja sigue cerrando la lista de Barcelona, décadas después de dinamitar el patrimonio del PSUC.
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Entre Adán y Narciso
Pablo Iglesias y Ada Colau, en un acto electoral en Nou Barris la semana pasada. /
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