Contexto Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Mi detestado, mi admirado Picasso

Pablo Picasso y Joan Miró, en Notre-Dame-de-Vie, Mougins, 1967, en una fotografía de Jacqueline Picasso. / ARCHIVO SUCESIÓN PABLO PICASSO

Siempre me cayó mal Picasso. Me parecía un engreído, un sobrado, uno que se había creído el rol del genio universal (como si en la soledad de las miserias de cada uno alguien pudiera creerse semejante estupidez), un hombre ridículo con camiseta de marinerito y calva reluciente. Cuando se publicó que además era un machista y un misógino solo pude pensar: me cuadra con el personaje. No solo nació en tiempos de esplendoroso machismo y fue un seductor incansable; también fue un tipo intenso (juzguen ustedes mismos: dejó 13.500 cuadros, 34.000 ilustraciones, 100.000 grabados y ocho amantes conocidas, las ocho interesantes, inteligentes y talentosas).Admiro a Picasso profundamente. Recuerdo la conmoción que experimenté la primera vez que contemplé el Guernica. La alegría inmensa de poder mostrárselo a mis hijos. El deslumbrante descubrimiento de los bocetos y las fotos que muestran la gestación de la obra. La muda impresión que me produjo descubrir Las señoritas de Avignon en una pared lateral del Moma de Nueva York. O la cantidad de veces que he paseado por las salas del Museu Picasso barcelonés, muchas veces en compañía. Todas ellas, y muchas más, forman parte del álbum de mi vida. Cada vez que las veo cobra mayor sentido el hecho de que sigan ahí, en mi memoria y en mi emoción.