Le fumoir Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

El funeral de Belmondo

Pasado y presente de un país que ha marcado el paso del cine y la música europeos desde la posguerra, y que nos enseña cómo despedir a aquellos que nos devolvieron la emoción cuando la creíamos perdida

Jean-Paul Belmondo, en ’Al final de la escapa’, de 1960.

Con los años, el umbral de las emociones -de las mías, al menos- parece elevarse hasta cotas inalcanzables, mientras la pértiga de la vitalidad que nos ayuda a superar ese listón parece hacerse cada vez más corta. Sin embargo, de vez en cuando, la vida se empeña en depararnos sorpresas, como para recordarnos que todavía seguimos aquí y que la magia todavía le puede al hastío. Uno de esos efímeros regalos del cielo llegó en septiembre de 2021. Había muerto Belmondo, y Francia le rendía homenaje. A los grandes de este país se les celebra en el patio de los Inválidos, un cortile austero y castrense supervisado por la enorme cúpula de la basílica de San Luis, que mandó construir Napoleón. Vaya por delante mi escepticismo ante las celebraciones laicas, donde suele fallar la trascendencia y suele invitarse la cursilería. Pero aquello fue distinto. Vean el vídeo. Al fondo, en una esquina, observaba el acto un “Bébel” encapsulado en una enorme pantalla de sílice, luciendo esa sonrisa socarrona del que te ha ganado la mano al póker, del que ha pasado la noche con tu hermana, pero se partiría la cara por defenderte en cualquier pendencia, la de un pillo del cine con la cabeza cubierta por un gavroche, la de un vacilón de corazón grande.

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