Cada vez que hablan de Carlos III, antes pienso en el coñac de la destilería Osborne, rey de las barras ochenteras, alma espirituosa de los carajillos más señoriales de entonces, que en su majestad británica, el primogénito de la fallecida Isabel II. Falta de costumbre, quizá. El caso es que el soberano con nombre de brandy y la reina consorte Camila, de común acuerdo con el Elíseo, se han visto obligados a suspender el viaje a una Francia en convulsión tras la reforma de las pensiones, que alarga hasta los 64 años la hora de la jubilación. La visita, que empezaba el domingo, no pintaba nada bien: los huelguistas se negaban a colocar las alfombras rojas. Y con el país patas arriba, habría resultado escasamente fotogénico un banquete en el palacio de Versalles, la morada de Luis XVI y María Antonieta, la misma que despachó la penuria de pan con un frívolo «pues que coman pasteles» (al parecer, la frase es más falsa que un duro sevillano).
La espiral de la libreta Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Emmanuel Macron y 'les enfants de la patrie'
El rey Carlos III pospone la visita a una Francia convulsa
Paros y protestas en Francia por la reforma de las pensiones de Macron /
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