Una señora telefoneó a uno de esos programas nocturnos de la radio que tanto consuelo nos dan a los insomnes. Contó que vivía sola y que tenía la tele encendida las 24 horas del día y que se había acostumbrado a verla como si fuera una chimenea cuyo fuego reducía o avivaba con el mando a distancia. Manejaba con gran habilidad el control de intensidad de los colores, de forma que podía provocar en la pantalla verdaderos incendios cromáticos seguidos de tonos grises y apagados que evocaban el puñado de cenizas que quedan en el hogar al final de las tardes de invierno. La locutora le preguntó si no prestaba atención alguna a los contenidos de los programas y dijo que no, que los contenidos se los sabía todos. La tele solo le interesaba ya en calidad de chimenea.
El trasluz | Artículo de Juan José Millás Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El alma y las cenizas
La mujer contó que se había acostumbrado a ver la tele como si fuera una chimenea cuyo fuego reducía o avivaba con el mando a distancia
Televisor Sony Trinitron.
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