Artículo de Jordi Puntí Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

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Últimamente ha procreado una forma de promoción más sibilina y que nos llega a la bandeja de correo como si de hecho fuera algo personal

Buzones en una finca de Barcelona. / DANNY CAMINAL

Hace unos años, cuando la vida era sobre todo analógica, un amigo de Londres vivió una particular forma de acoso. Un desconocido (nunca supo quién) se dedicaba a escribir su dirección en promociones gratuitas de catálogos y ofertas. Así, poco a poco, su buzón se fue llenando de propaganda, oportunidades de viajes y folletos de supermercados. Era una forma muy fácil de molestar, porque, además de inundarle el buzón cada día, hasta el punto de que el cartero le cogió manía, sus datos quedaban en una lista y los envíos se repetían. Si quería detener aquello, pues, tenía que escribir al emisor pidiéndoselo por favor. Cuando ya se planteaba cambiar de piso, agotado, el alud se detuvo gracias a la complicidad de un nuevo cartero (que se deshacía directamente de la propaganda) y hay que suponer que el cansancio del acosador anónimo.

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