Barcelona ha perdido tanto nervio que ya ni tiene la pretensión escenográfica de altar del progreso, museo de transgresión radical y arco de triunfo para la izquierda universal. En los 80, hubo una Barcelona sandinista, nutrida de cooperantes que iban a Nicaragua a codearse con la revolución, como en el pasado habían ido a tomar ejemplo de la autogestión yugoslava o pasaban unas vacaciones ideológicas en Cuba. Ni Mao demostró tener tanta seducción como la dinastía de los Ortega, una de las afluencias de corrupción por metro cuadrado más rentables de Centroamérica.
Desperfectos | Artículo de Valentí Puig
Aquella Barcelona sandinista
Las probabilidades de un giro hacia la libertad en Nicaragua son escasas. Cuando el Estado de derecho no se mantiene ni como ficción, acaba en festejos totalitarios a la manera de Corea del Norte
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, en una imagen de archivo. /
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