El secreto del columnismo radica, creo, en la voz; si no la consigues, miau, estás vendido. El norteamericano Gore Vidal venía a decir, más o menos, que el estilo consiste en saber quién eres, qué quieres decir y que no te importe un carajo. Pensé en este asunto al saber de la muerte de Josep Maria Espinàs, el domingo, tras leer la estupenda glosa que Ernest Alòs le dedicó en estas páginas. Espinàs la tenía. Una voz sin mayúsculas, excesos ni estridencias, moldeada en la constatación gustosa del presente, en la imbricación de vida y pensamiento, una voz como la lluvia fina, que parece que no moja pero acaba empapando a fuerza de constancia. Tac, tac, tactac, tac, tactac. El sonido de las gotas debía de parecerse a la percusión de los tipos de aluminio contra la cinta, el papel y el rodillo. Tactac, tac, tac. ¿Adónde irá a parar la Olivetti Studio 46 de Espinàs? Una máquina de escribir «de color azul, tirando a ceniza», escribió el otro día Josep Maria Fonalleras.
La espiral de la libreta | Artículo de Olga Merino Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Espinàs, la constancia de la lluvia fina
Despedida a una mirada que pintó una acuarela diaria durante 40 años
Josep Maria Espinàs en su casa en el año 2016. /
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