No sé si Xavier Rubert de Ventós habrá sido "suficientemente bueno en los últimos momentos para pensar en los demás". Lo decía él mismo, en ‘Si no corro, caic’. Más allá de los "más allá donde me precipito", saber estar para los que se quedan en el más acá. De hecho, sí lo sé. Lo contaba su hija Xita en ‘La Vanguardia’ en un adiós intenso, discreto, doloroso y luminoso, lejos de esa prosa acartonada que quiere hablar con el difunto como si todavía pudiera escucharte. La hija habla de una comunicación diferente, “sagrada”, con quien ya hacía tiempo que no podía articular un discurso y que, sin embargo, en otro tipo de lenguaje, distinto al que Rubert había cultivado en el esplendor de su vida intelectual, se mostraba "inédito y mágico" o, como me ha confesado una amiga común, "lúcido en la penumbra".
Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Ahora lo sé
En su despedida, en el más allá donde se precipita, lo reencuentro y me reencuentro
Xavier Rubert de Ventós.
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