Un hombre de sesenta y pocos echa a correr para subirse al autobús casi en el mismo instante en que abandonamos la parada. El hombre tropieza, se cae, se endereza enseguida y persigue el vehículo por la acera hasta que, en el primer semáforo, consigue fotografiar al chófer, el morro y los distintivos del bus, indicando con una gestualidad histriónica que pretende denunciarlo. Se pasa el dedo índice raudo por la garganta, amenazando al conductor con rebanarle el pescuezo. Está rabioso, con esa agresividad que parece impregnar el minué urbano desde el covid. Caerse de rodillas y en público da mucha vergüenza, sí. Aunque tampoco hay para tanto: nos pasamos la vida dando traspiés.
La espiral de la libreta | Por Olga Merino Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
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Manifestación contra la violencia de género en Barcelona, el año pasado. /
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