La espiral de la libreta | Artículo de Olga Merino Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Jamón ibérico, siesta y vino de Jerez

Sobre el señuelo de ‘The Washington Post’ para los nómadas digitales en España

Una joven disfruta de una siesta. / Epi_rc_es

Hará cosa de un par de años, el escritor Miguel Ángel Hernández reivindicó las beatitudes de una cabezada tras el almuerzo en ‘El don de la siesta’. Y a fe que si el hábito llega a dominarse y no al revés, ese sueñecito tontorrón reconcilia el cuerpo con su biología, multiplica la jornada en dos y, sobre todo, dedica una peineta colosal a la obsesión mercantilista de la productividad. El reposo después de la comida está mal visto. Se considera el privilegio inútil de gente ociosa; y quizá también viceversa, la regalía ociosa de gente inútil. Aquí somos muy partidarios de la siesta, claro, pero al mismo tiempo nos preguntamos quién puede permitírsela, asalariado o autónomo, como no sea en domingo, deconstruido en el sofá después del pollo asado. Y encima, hay que sobreponerse después al ramalazo de melancolía.

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