Nuestra naturaleza soporta difícilmente los agujeros. Nos inducen un extraño estado de desasosiego, que obliga a mirar hacia otra parte. Distingues un agujero y el primer deseo es que desaparezca, que se rellene, y después apartas la vista, por si acaso. No importa si el agujero es en el suelo, en un bolsillo, en los recuerdos, en la pared. Apuntan siempre a un peligro latente, sin forma. En 'Crímenes ejemplares', de Max Aub, donde decenas de asesinos relatan sus homicidios, a menudo ejecutados sobre unos móviles ridículos, hay un señor que admite haber matado a un amigo muy apreciado porque no le devolvió un libro. «¡Me negó que le hubiera prestado aquel cuarto tomo…! Y el hueco en la hilera, como un nicho», decía.
Parece una tontería | Artículo de Juan Tallón Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Agujeros no
La oquedad desazona. Es lo primero que encuentran los ojos, aunque no lo busquen
Archivo - Un obrero trabajando en una construcción. /
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