Durante un curso no me llamé Ribas; bueno, no me llamaron así. Fue en cuarto de EGB. El primer día de clase el maestro del curso —don Jesús teníamos que llamarlo— fue pasando lista. Llegó a mi nombre, Rosa Ribas Moliné leyó. Hizo una pausa, levantó la mirada y me buscó en el aula. Yo ya había respondido “presente”, de modo que no sabía a qué venía la interrupción, dado que faltaban pocos nombre para llegar hasta Zunzunegui, a quien el orden alfabético condenaba a ocupar irremisiblemente el último banco, del mismo modo que Stefan Zweig cierra las bibliotecas. Entonces, don Jesús dijo: “Ribas. Mmm. No me gusta. Aquí te llamarás Moliné”, con la misma prepotencia con que Robinson Crusoe le puso nombre a Viernes. Y desde ese momento pasé a llamarme así en su clase, es decir seis horas al día, si bien seguí en mi pupitre detrás de Reyes y al lado de Ridaura, una eme infiltrada, como un libro mal guardado en la biblioteca.
Artículo de Rosa Ribas Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Te llamaré Viernes
Escribir una novela significa tomar decisiones. Todo lo que aparece en el texto es tu decisión. Aunque los mecanismos de la lógica narrativa también tienen su parte, los hilos que los rigen los has tendido y enlazado tú
Leonard Beard.
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