Desde 2003, fecha en que se instaura un registro oficial, la cifra es de 1.185 mujeres asesinadas por hombres, criminales que tienen, muchas veces, la consideración eufemística de “pareja sentimental”, lo que es a la vez un agravante y una mentira, porque el sentimiento es aquí inexistente o, según y cómo, peor: exagerado y de carácter patrimonial, causa y circunstancia determinante del delito más que condición humana. Aunque 2022 ha sido el año en el que ha habido menos asesinatos, un diciembre trágico (el peor desde que contamos), con 11 mujeres muertas (cinco en la última semana del mes) no ha sido sino la antesala de un día cruel, el 8 de enero, con otros cuatro asesinatos, mujeres indefensas que han muerto a cuchilladas, a tiros o estranguladas por hombres. Las cifras son espeluznantes y vuelven a colocarnos ante un escenario pavoroso, si es que jamás lo habíamos abandonado, si es que alguna vez nos habíamos sacado de encima esta losa infame. La congregación de casos en pocos días (o en un solo día: aun más hiriente) nos enseña con crudeza la gravedad de la enfermedad de una sociedad donde el machismo no solo no va a la baja, sino que se refuerza con el único planteamiento que, en la actualidad, es capaz de exhibir: el de la caricatura. Una caricatura maligna y desfigurada, la imagen en la que se reflejan quienes humillan, se vengan o procuran dolor porque sí, abrazados a la última alternativa que tienen a mano y que se traduce en violencia y terror.
Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El charco de sangre
La congregación de casos en pocos días nos enseña con crudeza la gravedad de la enfermedad
Minuto de silencio en Adeje en repulsa por el asesinato machista.
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