Es difícil (e injusto) intentar reducir un pontificado a un solo calificativo, hacer un dibujo acuciado que intente condensar en pocos trazos una determinada manera de hacer y de actuar. Resulta que, sin embargo, necesitamos estos titulares para entender el mundo en un destello, porque nos vemos sometidos a un dictado de la inminencia, sin mucho más recursos mentales que un impresionismo de pocos adjetivos. Roncalli era bueno; Montini era un hombre que vivía en la duda y la angustia; Luciani fue breve; y para Wojtyla reservamos los viajes, la ascendencia política y la complacencia en determinadas prácticas que llevaron a la Iglesia Católica a un trágico y oscuro callejón. Para Ratzinger, ya teníamos la definición lista cuando fue elegido Papa: el rigor y la intemperancia doctrinal. Se nos aparecía, después de su larga carrera al frente de la Inquisición moderna, como un guardián impertérrito de la fe. Y resulta que acabó su papado exhausto, después de haber colocado la primera piedra de la regeneración moral, superado por un desaguisado doméstico que no pudo afrontar con unas fuerzas muy frágiles.
Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
De Ratisbona a Auschwitz
Ratzinger ha sido el Papa contemporáneo con mayor vuelo intelectual
Benedicto XVI, saludando a los fieles en la plaza de San Pedro.
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