La internacionalización, el objetivo que tantos sectores económicos buscan y solo en algunas ocasiones se hace posible, ha tardado en llegar al sector audiovisual español. Y desde el punto de vista industrial no lo ha hecho a través del cine donde, más allá de reconocimientos individuales de directores o intérpretes, la capacidad de alcanzar éxitos globales para filmografías  distintas a las de lengua inglesa es limitada, sino a través de las series en las plataformas de 'streaming'. Con una de ellas, Netflix, como pionera destacada, pero a la que se han ido sumando otras como HBO, Prime Video y ahora Disney +.

El desplazamiento del centro de gravedad en la ficción audioviovisual de la experiencia presencial y colectiva de las salas de cine a la digital y doméstica de las plataformas ha tenido costes pero también beneficios en forma de multiplicación del volumen de la oferta, y del abanico de procedencias geográficas y atención a sensibilidades diversas. Tras este éxito global (muchos otros centros de producción en Latinoamérica, Turquía y Asia se han visto beneficiados de esta apertura de fronteras virtuales) están también los réditos de una legislación que por un lado obliga a los operadores a financiar la producción local y por el otro concede beneficios fiscales. Una política pública más allá de la simple subvención que ha demostrado su eficacia y que de forma acertada se acaba de ampliar para apoyar producciones aún más ambiciosas.