Tengo un amigo que me confesó, antes de empezar la Copa del Mundo de fútbol, que en modo alguno cedería a contemplar aquellos “balones manchados de sangre en unos estadios construidos a base de cadáveres”. Luego venía todo el listado de las injusticias, los despropósitos y las maldades del emirato, razones más que suficientes para practicar el boicot, aunque fuera mínimo, individual e inofensivo, al Mundial. "Es una cuestión de dignidad, un pequeño gesto que me reconforta", dijo. Días después, reconoce que sigue la competición. Y me habla, como si fuera uno de esos poseídos argentinos de unos episodios cómicos en los que un chico discutía con una chica porque no podía ser perderse un Ecuador-Senegal o un Túnez-Australia. Partidos que nunca en la vida serían atractivos y que, sin serlo, al ser parte de un Mundial, se convierten en eventos trascendentales.
Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El Mundial y un amigo
Él me comenta que el Barça “bien que llevaba publicidad de Qatar en la camiseta y no decíamos nada”. Razón de más para abominar del fútbol moderno, el que se basa solo en el negocio y la rentabilidad, sin convicciones morales.
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