Llevaba años enfermo del maldito cáncer, no sé cuántas operaciones y se le apreciaba el deterioro físico en las últimas apariciones públicas, pero, al saltar la noticia definitiva, sentí un pellizco, esa inquietud sin nombre que flamea cuando se aleja una parte de ti para siempre, por pequeña que sea. Canciones de adolescencia y juventud, la banda sonora de un tramo. El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, pero tal vez los gustos no cambian tanto. No hará ni un mes que me puse un disco de Pablo Milanés en casa, el de los boleros en Tropicana, mientras preparaba una cena para los amigos, “¿cómo te atreves a decir que me olvidasteee?”. Creo que, si estuviera en Madrid, me acercaría hasta la capilla ardiente, hasta el palacio de Linares, la Casa de América, para despedirme de un hombre a quien no conocí pero siento muy próximo. Me acompañó. Le llevaría una flor, una sola, una rosa de mi rosal principal, como en los versos de Nicolás Guillén. Lo suyo no era una voz, sino un torrente, un río caudaloso y limpio, el diapasón del Amazonas entero.
La espiral de la libreta Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
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