Pocos meses antes de su muerte, John F. Kennedy dijo que era berlinés. No lo era, claro, sino que era de Brookline, Massachusetts, pero esa mañana de junio de 1963, en el balcón del Ratahus Schöneberg, el ayuntamiento del distrito de Tempelhof, el presidente de Estados Unidos pronunció una de esas frases que se inscriben en bronce en el decurso de la historia: “Ich bin ein Berliner”. No lo era, claro, pero quiso proclamar, justo enfrente del muro, que asumía la ciudadanía de la ciudad simbólica y, con él, todo el mundo occidental se convertía en defensor de la democracia parlamentaria frente a la dictadura soviética. Más o menos fue así y ahora la plaza en la que dijo esas palabras ya no se llama como antes, sino que tiene el nombre de Kennedy. Debió de ser el primero en pronunciar una adhesión como aquella, la asunción de una nueva identidad que se convertía en mensaje político.
Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La fortaleza de la diversidad
Infantino hizo un brindis al sol, con toda la jeta hipócrita de que fue capaz, con la idea peregrina de emular al Kennedy de la Guerra Fría
El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en las gradas antes del partido Inglaterra-Irán. /
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