Catar, como el resto de monarquías del Golfo Pérsico, es un ejemplo paradigmático del cinismo de nuestra civilización. A pesar de ser una dictadura es un Estado integrado en todos los organismos multilaterales. Organizamos misiones comerciales para venderles nuestros productos y comprarles su dinero, recibimos con alfombras rojas a su jeque y a su corte para que inviertan en compañías estratégicas o en grandes almacenes emblemáticos, llevamos allí a nuestros futbolistas carismáticos, instalamos sedes de empresas propiedad de troskistas de renombre y los tratamos, en definitiva, como si fueran una democracia consolidada.
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El Mundial de Qatar y la hipocresía de nuestro tiempo
El Lusail Stadium, sede de la final y con capacidad para 80.000 espectadores.
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