Transmitir el horror de la guerra es una tarea tan difícil que muy probablemente resulta imposible. Nos acercamos lateralmente, porque solo somos capaces de retener de ella una dilatada porción en el tiempo. Llegamos, espectadores tardíos, cuando el ruido de la batalla, el estallido del bombardeo o los gritos de angustia y dolor ya son solo evanescencias en el silencio. Quizás sea por eso que para captar ese horror solo tenemos a mano la poesía. Es lo que reclama Svetlana Alexievich cuando recoge el testimonio de las mujeres que vivieron la tragedia, cuando evoca el terrible lamento de los caballos heridos, cuando piensa en los muertos y en la tierra que los acoge. La poesía, es decir, una aproximación fantasmagórica, llena de detalles reales que, distorsionados, se convierten en símbolos y alucinaciones, que asustan y confinan los sentidos en un espacio terrorífico. Esto es lo que hizo la última Rodoreda, en 'Viatges i flors', en 'La primavera i la mort', en 'Quanta, quanta guerra'. Una destilación poética de todo lo imposible de transmitir.
Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Rodoreda y el horror
Para captar el horror de la guerra solo tenemos a mano la poesía
Mercè Rodoreda.
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