Cameron, May, Johnson, Truss... Esta es la lista de víctimas del Brexit. Uno a uno, los dirigentes y primeros ministros conservadores han caído fagocitados por un partido que no sabe lo que quiere. Necesitados de hacerse un hueco entre el populismo de Farage y la modernidad de Clegg, huyeron hacia adelante proponiendo un referéndum para salir de la Unión Europea. Y acudieron a la votación divididos, porque muchos de los dirigentes y votantes conservadores lo apoyaron como instrumento de negociación ante los socios comuniatrios. Un poco como Mas en Catalunya. Pero allí el cántaro se rompió del lado de la salida. Y desde entonces no saben qué hacer. La vida fuera de la UE, en la jungla que dice Borrell, es muy dura, especialmente si has vivido en el jardín. La cimentación de los consensos británicos (la corona o el enfrentamiento con Bruselas) flaquea. Nadie quiere hacerse responsable de los problemas de los británicos. Y las soluciones mágicas con las que Truss se zampó a Johnson se las han comido los mercados financieros con patatas. Por unas horas, la libra esterlina fluctuó al ritmo de la deuda griega en 2009 o 2010. Ante el riesgo de impago, la City quiere tijeras y mano dura, no thatcherismo de baja intensidad. Son las reglas que tanto han alabado los conservadores británicos, precisamente.
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