Si el mundo interior fuera más organizado, si nuestros sentimientos se ordenaran de manera pragmática, nos enamoraríamos de esos amigos de toda la vida con los que nos llevamos bien. El matrimonio sería una prolongación cómoda y natural del compañerismo y el cariño fraternal. La amistad aporta eso: sentimientos claros y auténticos no alterados por las pasiones ni desgastados por la convivencia. La sintonía con otro hace crecer mi confianza en mí misma y en la vida, su amistad me reconforta y me vuelvo a casa con la salud emocional restablecida. Pero los sentimientos, o el corazón, o esa parte de nuestro cerebro que regula los afectos y el deseo, no se gobiernan mediante el sentido común, sino que operan por mecánicas indescifrables, al menos para el sujeto. No nos solemos enamorar de quien conviene, sino de otros hacia los que nos propulsa una fuerza en la mayoría de los casos insondable e incontrolable.
Artículo de Ángeles González-Sinde Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La consagración de lo real
El audiovisual recurre cada vez más a grandes villanos y grandes aspavientos para captar la atención y el bolsillo del espectador
Ilustración de Leonard Beard /
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