El Liceu fue en su momento el santuario de la burguesía catalana. Allí lucían a sus esposas mientras aprovechaban los entreactos para cenar con las queridas en el vecino Quo Vadis, un restaurante tan laberíntico que era posible entrar y salir sin ser visto con tanta discreción como en el famoso prostíbulo La Casita Blanca de Gràcia. El Liceu ha seguido el pulso de la ciudad y tras su incendio renació gracias a la colaboración público-privada. Las administraciones saben perfectamente que Barcelona no sería Barcelona sin el Liceu. Las empresas privadas han ido alejando sus centros de decisión de la Rambla de Barcelona y siguen ayudando, pero con menos convicción. De manera que el patrocinio de la institución se ha adaptado al tejido industrial del siglo XXI, atrayendo a pimes y a algunos unicornios locales además de volver como en sus inicios a los benefactores individuales. El Liceu ha conseguido evitar convertirse en el templo de la Barcelona decadente. Y aspira a ser la nueva casa de los emergentes. Para ello, es imprescindible entender la sociedad actual y vertebrarse con ella, como hizo desde su fundación.
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El Liceu y la Barcelona del futuro
La gata perduda la ópera comunitaria del raval encandila el Liceu /
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