En el hotel de Toulouse, me toca en suerte una habitación minúscula, la 412, pero a cambio la ventana se abre a un cielo novelesco, como de Víctor Hugo. Desde aquí arriba, se atisban algunos tejados de teja roja, el campanario de la basílica de Saint-Sernin y un edificio de oficinas acristalado, con abejas obreras pegadas al ordenador en cada celda. Pienso en Rosa Montero, en su energía y el último de sus libros, ‘El peligro de estar cuerda’ (Seix Barral), en concreto en el capítulo donde cuenta —y muestra fotos— de lo que se ve desde las ventanas de los hoteles donde recala cuando está de bolos. Las vistas varían: desde el esplendor del Pacífico en Antofagasta (Chile), hasta la sordidez de patios interiores repletos de tuberías, condensadores y tripas que también exhiben cierta belleza melancólica. Vida nómada, de acá para allá, cual representante del textil en la posguerra. La industria libresca pivota sobre la exposición del autor.
La espiral de la libreta | Artículo de Olga Merino Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Lo que se atisba desde la ventana
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