Cuando viví en Inglaterra y quería ver jugar al Barça, en los tiempos en que a los ingleses les importaba un pito el fútbol español, me sometí a la humillación de mendigar en lugares que, teniendo televisión, sólo veían sus propios partidos, en una época en que para mi carecía de interés su griterío. Nunca había buscado al Barça en Nueva York, y esta mañana de sábado, teniendo en cuenta el compromiso que adquirí al aceptar la generosa posibilidad de escribir aquí vestido de azulgrana, me lancé a la calle en busca de destinos menos oscuros que en Inglaterra, porque estaban señaladas sus direcciones en Google y, además, porque Albert Guasch me envió por wasap una de las mejores posibilidades. Él veía en esta ciudad a su equipo, a nuestro equipo, con una caterva de culés que, imagino, reirían y llorarían sucesivamente, pues nuestro equipo nunca ha sido del todo feliz. Ni cuando fue feliz.
Golpe franco
En busca del Barça en Manhattan
Un taxi en Nueva York.
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