Puede parecer que el hábito de escribir un diario responde a un narcisismo exacerbado, al regodeo de contemplarse en el espejo con vanidosa coquetería. Desde luego, existen diaristas que despliegan su enorme cola de pavo real, un abanico de plumas azules y cegadoras, pero me atrevería a decir que la gran mayoría de practicantes son (somos) pobres náufragos, aferrados a la libreta igual que a un tablón, a un hombro amigo, aunque a veces se escupa una gota de veneno. Brazada a brazada, se llena la página en blanco como desaguadero de la cotidianidad. Este sería el caso de un hombre llamado José Antonio Labordeta (1935–2010), poeta, músico, profesor y diputado. (Iba a escribir «un hombre entrañable», pero el adjetivo lo trivializa).
La espiral de la libreta Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Un náufrago llamado Labordeta
Un documental narra el hallazgo de un diario íntimo entre los papeles del cantautor
Labordeta deja el Congreso
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