Gárgolas Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Las exequias de Isabel II: lentidud como divisa del adiós

Todo el mundo ha caminado mucho, detrás del ataúd o haciendo cola para verlo. Lentamente. Como si ningún ruido del mundo frenético tuviera que perturbar el luto

El mayor Paul Burns cierra el funeral por Isabel II de Inglaterra / Pool

Acabo de escribir este artículo a diez minutos de las seis de la tarde (hora española). Es decir, mientras el gaitero real camina hacia el final del pasillo que rodea la capilla memorial del rey Jorge VI, donde con lentitud, en medio de una elegante combinación de rombos blancos y negros, ha descendido el féretro de Isabel II. Han terminado, pues, 11 días larguísimos en los que hemos asistido a una serie de ceremonias sin fin que han culminado en "el mayor acontecimiento que el mundo verá nunca". Son palabras del presidente de la Cámara de los Comunes y quizás (sólo quizás) son algo exageradas, pero, monárquicos o no, respetuosos o distantes, socarrones o devotos, muchos hemos mirado las exequias, el recorrido del cadáver, la entronización del nuevo monarca, la pomposidad y la circunstancia de este espectáculo global. Escribo "espectáculo" con todas las letras, porque finalmente habrá sido esto. Porque todo el montaje -desde los ritos más estrictos y seculares hasta las pocas improvisaciones que hemos visto-, todo ello, se ha retransmitido con la voluntad de ofrecer un todo a cien televisivo que nos ha mantenido enganchados a la pantalla, ya fuera para descubrir detalles que desconocíamos y con los que nos hemos familiarizado, ya fuera por quedar hipnotizados ante la disciplina castrense (el rigor militar que liga con el tiempo de la uniformidad pautada) o para contemplar la gran variedad de vestimenta que el antiguo imperio tiene guardada en el armario de las viejas glorias.