Detrás de los lujosos desfiles de soldaditos de plomo, del brillo de cada momento en torno al féretro, de la movilización popular por la reina fallecida se suceden los episodios que llevan a pensar que el hijo no transita por la misma senda que lo hizo la madre a partir de la muerte de la princesa Diana. La pompa y la circunstancia calculadas al milímetro por el protocolo de palacio da la impresión de cumplir una misión encubridora, de disimulo o distanciamiento sideral con el significado real del relevo en el trono. Así sucede que el mismo Carlos que estrecha manos y se dirige a la multitud con toda clase de formalismos se apresura a avisar a los empleados de Clarence House de que se quedarán sin empleo a la vuelta de unos días. Es ese el mismo Carlos que se enerva a causa de un tintero mal colocado o de una pluma que le mancha los dedos; es ese el mismo Carlos que no deberá soltar una libra para hacerse cargo de la herencia de Isabel, una excepción a la que ningún otro ciudadano británico puede acogerse para no pagar impuestos en una situación parecida a la del nuevo rey.
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Isabel II, pompa y circunstancia
Los miembros del público presentan sus respetos al pasar ante el ataúd de la reina Isabel II tal como se encuentra en el interior de Westminster Hall, en el Palacio de Westminster en Londres el 14 de septiembre de 2022 /
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