Entrevistados estos días en radios y televisiones docenas de ciudadanos británicos compungidos por la muerte de Isabel II, todos parecieron coincidir en que el talento no se hereda. La jefatura del Estado sí, para consternación de cualquiera que desee profundizar en los riesgos de semejante incongruencia. El pueblo auguraba que con total seguridad Carlos no será tan buen monarca como su madre: hay personas que suman (la fallecida) y otras que restan (el primogénito). «Ya veremos si es capaz de no meter su pata y estar callado», decía con gracia un caballero inglés jubilado, establecido en las costas españolas. Otros y otras señalaban que cada vez que el príncipe de Gales hablaba subía el pan, y que su falta de saber estar en el papel institucional fue una molestia como aspirante, pero supone una auténtica amenaza como portador de la corona. Curiosamente, leídos una veintena larga de artículos y perfiles sobre el nuevo rey firmados por analistas prestigiosos y expertos en la casa real todos apuntaban en la misma dirección.
El desliz Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Las opiniones de Carlos III
Los reyes Carlos III y Camila. /
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